Podemos, hundirnos más

El fenómeno Podemos sigue avanzando sin ningún control, como si del tsunami Katrina se tratara, arrasa lo que encuentra a su paso, creando, según se mire, el pánico en unos, y la ilusión en otros, con la premisa de que para hacer un mundo mejor primero hay que arrasar con el que tenemos.

Es cierto que el deplorable espectáculo que nos ofrece nuestra sociedad contemporánea, plagada de escándalos de todo tipo, y amenizada, durante más de siete años, con una crisis económica de las más feroces que se recuerdan en la era moderna de los países desarrollados, ha cimentado las bases de una crisis sistémica en la que, por diferentes razones, muchos pensamos que todo, absolutamente todo, es manifiestamente mejorable, y que, en cualquier caso, urge parar el ritmo de despropósitos con el que nos desayunamos cada mañana.

Este escenario, por sí solo, justifica la aparición de múltiples mareas de diferentes especialidades, anti-hipotecas, sanidad pública, estafados bancarios, anti-desahucios, desempleados, pensionistas, jóvenes preparados sin un futuro, autónomos sin crédito, empleados con mucha carga fiscal, pymes al borde del concurso de acreedores, y un largo etc, tan largo como cabreo llevamos.

Desde el punto de vista emocional son reacciones, hasta cierto punto, comprensibles, pero en modo alguno, pueden ser la base para establecer las bases de futuros Gobiernos.
Por razones que no acierto a comprender, las personas somos reincidentes en nuestros errores, puede ser por ignorancia o por un absoluto desconocimiento de la historia. En cualquier caso el resultado es que ello facilita, en demasía, la demagogia y el discurso populista que, como es sabido, se trata de decir en todo momento lo que la gente quiere oír y, asimismo, prometer en cada caso las soluciones que la gente demanda, con independencia de si se podrán cumplir o no, aunque esto es lo de menos, ya que cuando descubramos que hemos sido manipulados, los demagogos ya habrán obtenido un buen rédito electoral y se instalaran en el poder o en sus aledaños.

He leído, en diversas ocasiones, declaraciones de líderes populistas que establecen una comparación de la situación actual con la que atravesó España en los años 70, «la Transición Democrática». Hablan de una necesaria segunda transición. Este arte de manipular es el que es preocupante. Cómo se puede establecer el mas mínimo atisbo de comparación después de 40 años de democracia, con una España en blanco y negro, saliendo a trompicones de 40 años de férrea dictadura, con gente llenando las cárceles por defender la libertad, y con una economía caótica que tenía una inflación del 27% y tipos de interés por encima del 30%, además, nadie pagaba impuestos y el Estado era el del «Malestar».( Acompaño Gráfico prehistórico para mejor comprensión).

Grafico Inflacion

En mi opinión este no es un buen camino, las coordenadas ahora son de s.XXI, es decir; economía globalizada, interacciones multinacionales, pérdida progresiva de soberanía de los Estados condicionados por la competitividad que fomenta la globalización, un uso intensivo, y cada vez será mayor, de las nuevas tecnologías digitales, movilidad permanente de personas y capitales, niveles mayores de exigencia de los ciudadanos en relación a la gestión pública y de nuestros impuestos.

Es alarmante que, ante esta incuestionable tendencia del modelo económico y social que va a ir eclosionando en el próximo futuro, cierta clase política, y no solo la nuestra, estén remando en dirección contraria, es decir: aumento del discurso populista, ya sea con radicalidad de extrema izquierda en lo económico, o con radicalidad de extrema derecha en lo social con actitudes xenófobas y separatistas. Una tendencia simplificadora a encontrar soluciones simples a problemas complejos y matriciales, que no se resuelven con un infantil «si se puede», si no va acompañado de un catalogo de compromisos y obligaciones para con nuestra sociedad, y, en este crucial momento,  me duele constatarlo, no escucho ni una propuesta que no sea una larga lista reivindicativa de derechos.

El Estado de Derecho somos todos los ciudadanos, y debemos cada uno de nosotros estar a la altura de las circunstancias. No podemos delegar, ni en dirigentes, ni en los actuales partidos políticos la solución de nuestros problemas si provienen de discursos vacuos, promesas generalistas, o vaguedades al uso que se resumen en:» tu dame el voto y ya verás como todo se soluciona». Ningún cheque en blanco. Hay que exigir, como en las empresas, el bussines plan detallado y rendimiento de cuentas cada seis meses. Y «off course», solo votar a favor de aquellos partidos en los que sea creíble tanto el programa como las personas que lo van a ejecutar.
Si no ejercemos más que nunca nuestros individuales e intransferibles derechos democráticos, con absoluta exigencia de rigor y sentido común, unos pocos iluminados, no importa de qué signo, nos hundirán en una ruina tan grande que tardaremos una generación en recuperarnos.

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